Este sábado 19 de septiembre se cumplen tres años del sismo de intensidad 7.1 con epicentro en la zona limítrofe entre Puebla y Morelos, y que dejó 369 víctimas mortales -228 en la Ciudad de México-, miles de damnificados en Morelos, Puebla, Guerrero, y Oaxaca, y daños materiales millonarios en edificios públicos, así como en inmuebles comerciales y particulares.
Animal Político entrevistó a damnificados que narran cómo han sido estos tres años en los que, además de sus hogares, están tratando de reconstruir sus vidas tras el temblor.
Hace tres años, cuando aquel 19 de septiembre de 2017 un latigazo estremeció la tierra a las 13.14 de la tarde -tan solo cuatro horas después del mega simulacro en conmemoración del gran sismo del 85-, María de Jesús Ugalde se encontraba en su lugar de trabajo, y esa casualidad le salvó la vida: su edificio, un inmueble de seis plantas y 12 departamentos ubicado en la calle Petén 915 de la colonia Del Valle, no aguantó la embestida del temblor y colapsó.
En el siniestro, murió Felipa Martínez, la madre de María Jesús, que se encontraba en la vivienda de su hija pasando unos días tras celebrar su cumpleaños el 8 de septiembre, un día después de que otro temblor de intensidad 8.2 estremeció la capital mexicana y Oaxaca, en el sureste.
Junto a Felipa fallecieron otras nueve personas, entre ellas Miguel Hernández Gallardo; un empleado de la lavandería que estaba ubicada en la planta baja del edificio, que regresó a apagar las calderas para evitar un desastre mayor y murió entre los escombros del inmueble.
Desde aquel día, María dice que su vida ha sido una lucha por intentar reconstruir su vida. Por reconstruirse en todos los aspectos.
“La reconstrucción emocional, la del día a día, creo que la he logrado -asegura optimista-. Aunque, cuando pienso que ya he sanado, vuelve a temblar y…”.
A María los puntos suspensivos se le atoran en la garganta.
“… Y entonces me doy cuenta de que otra vez todo se me movió por dentro”.
Y en septiembre, todo empeora: los recuerdos, las emociones, el dolor, el miedo, todo se magnifica.
“Desde que empieza septiembre es algo horrible para mí -dice tajante-. Es un mes que cuanto más rápido pase, mucho mejor”.
María sigue durmiendo con los tenis puestos, como quien dice. Con el abrigo siempre a la mano y preparada para salir corriendo cuando, como el pasado 23 de junio, la alerta sísmica avise de una nueva zarandeada.
La cicatriz, dice, aún está fresca. Y es marcada, profunda. Tanto, como el enorme hoyo que, a tres años del temblor, aún sigue abierto en la esquina de la calle Petén, a la espera de que los trámites entre la constructora y el gobierno finalicen, y un nuevo edificio se levante en el lugar.
Unos trámites, recalca María, que han sido largos y que están contribuyendo en buena medida a que la pesadilla se prolongue.
Ya en marzo de 2018, a seis meses del temblor y aun con la administración de Miguel Ángel Mancera al frente de la ciudad, María de Jesús narraba en aquel entonces para Animal Político que ella y sus vecinos estaban viviendo, además de la pérdida de sus familiares, otra “gran tragedia”: la de enfrentar a la burocracia para reconstruir su patrimonio.
Desde entonces, no ha dejado de moverse -siempre con una carpeta llena de documentos- para cumplir con todo lo que les exigen las autoridades para iniciar con las obras: estudios de mecánica de suelos, dictámenes de desastre, constancias de registros en plataformas gubernamentales, copias, y un larguísimo etcétera.
“Hicimos todo lo que nos pidieron y, aun así, seguimos igual”, lamenta la mujer, que dice que con la nueva administración de Claudia Sheinbaum prácticamente tuvieron que reiniciar de nuevo el papeleo.
“Nos obligaron, literal, a aumentar un piso más al edificio con seis departamentos nuevos. Y eso implica que hay que hacer otro proyecto arquitectónico, que seguimos en espera de que se apruebe”.
Mientras llega el día del arranque de la construcción, María asegura que sigue esforzándose por cerrar ciclos. Por seguir con su vida junto a sus dos hijas, Nebai e Issa. Y que en ese proceso de sanación ha sido clave poner su historia por escrito en su libro, “Petén 19S, a dos años”, en el que además de hacer una catarsis personal, también documenta las enormes dificultades que ella y sus vecinos están enfrentando para recuperar su patrimonio.
“La reconstrucción está siendo muy difícil en todos los sentidos. Pero trato de mirar hacia adelante, porque sé que si estoy viva es por algo y para algo”, reflexiona María, que asegura que en todo este tiempo su inspiración han sido los miles de damnificados que el sismo también dejó en Oaxaca.
“Ellos lo perdieron todo, como yo. Pero desde un inicio su pensamiento siempre fue: ‘se cayó mi casa y tengo que levantarla otra vez’. Y esa ahora es mi inspiración: decirme, ‘me caí, pero voy a levantarme de nuevo”.
Leticia Rosales admite que ella y los más de 200 vecinos de la torre Osa Mayor, en la calle doctor Lucio de la colonia Doctores de la capital mexicana, han tenido suerte. Su edificio de 16 niveles y ocho locales fue demolido y en su lugar ya se levanta una majestuosa torre con estructura de acero y un moderno diseño de loft neoyorquino. Para octubre, muy probablemente, recuperará al fin su hogar.
Aunque claro, matiza rápido. Echando la vista atrás, a las largas noches frías en la calle bajo una lona de plástico frente a las ruinas del inmueble, y recuperando en la memoria el desgaste que fue lidiar con las autoridades estos tres años, decir que tuvo suerte es un exceso.
Aun así, Leticia insiste en que está agradecida. Especialmente con los medios que ayudaron a documentar la situación del inmueble, cuya estructura de más de 50 años quedó tan deteriorada por los sismos del 7 y del 19 de septiembre que el riesgo de colapso era inminente.
“Los vecinos nos unimos desde el momento del temblor y nos organizamos. Y eso fue muy importante, claro. Pero le debemos mucho a los medios. Se hizo tanto ruido que a las autoridades no les quedó de otra más que escucharnos, cumplir con su obligación, y demoler el edificio”.
Ahora bien, vuelve a matizar Leticia. Esa fue la primera batalla.
Porque ahora, tras la reconstrucción, ha comenzado otra: pagar la deuda que le va a dejar la reconstrucción, equipar el nuevo departamento, y empezar casi de cero.
Sobre esto, doña Leticia plantea que la Fundación Carlos Slim ha donado muchas viviendas de manera gratuita a damnificados de San Gregorio, en la alcaldía Xochimilco, o en Jojutla, Morelos. Y, en cambio, a ellos que iniciaron el trámite de reconstrucción con el gobierno capitalino les van a cobrar un 35% del valor de su nuevo departamento.
“¿Por qué unos damnificados pagan y otros no, si al final todos somos damnificados?”, cuestiona la vecina, que explica que ese 35% de crédito equivale, aproximadamente, a que tendrá que pagar un millón de pesos en los próximos 20 años.
“Para mí, que tengo una pensión de apenas 10 mil pesos mensuales, pagar ese 35% va a ser otra odisea”, sentencia la mujer.
Y ahora, con la pandemia de Covid, peor: sus dos hijos, de 25 y 34 años, acaban de perder sus empleos. Y ella se ha tenido que hacer cargo de su madre, de 90 años, que también está teniendo problemas para cobrar su tarjeta de bienestar.
“Nos dicen que no nos preocupemos. Que, como es a largo plazo, nuestros hijos pueden absorber la deuda. Pero, aunque recuperen su trabajo, mis hijos quieren hacer su propia vida y sus propias familias. ¿Tú crees que les voy a encajonar una deuda por 20 años que nunca pidieron?”.
Samuel también es damnificado del Osa Mayor. Como Leticia, está emocionado porque, al fin, comienzan a ver algo de luz al final del túnel tras tanto tiempo de incertidumbre y tantas guardias en la calle con la mirada fija en las ruinas de lo que fue su hogar por más de 25 años.
“Llevaba ahí toda una vida cuando, de repente, en un pestañeo me encontré en la calle y sin saber para dónde voltear”, recuerda Samuel que, como muchos de sus vecinos, no le quedó más remedio que rentar otro departamento y asumir un desgaste económico que no tenía contemplado cuando terminó de pagar su patrimonio con largos años de trabajo.
“Hacía mucho que no sabía lo que era pagar una renta. Y cuando esto sucedió, nos encontramos además que los precios aumentaron de manera voraz. Lo que antes del sismo costaba cinco, empezó a costar nueve y hasta diez. Fue un abuso”, denuncia.
Ahora, cuando restan apenas unas semanas para volver al nuevo Osa Mayor, Samuel dice que el aprendizaje con el que se queda a tres años del temblor es que la unión de los vecinos “es fundamental” para presionar a los gobiernos y conseguir alternativas, soluciones. Pero otra lección, tal vez la más importante, es que el ciudadano de la capital debe estar “mucho más preparado” y “aprender las lecciones que dejó el terremoto”.
“Esta ciudad es altamente sísmica, no es un secreto. No sabemos si hoy, mañana, o pasado, puede temblar otra vez así de fuerte. Y creo que el 95% de la población no tenemos asegurado nuestro departamento, nuestras viviendas. Y eso es un riesgo muy grande”, advierte Samuel.
“Con un seguro, aunque pases en la calle un tiempo, al final sabes que tienen la obligación de responderte. Pero sin el seguro, puede suceder como nos pasó a nosotros y a muchos damnificados: que tienes que empezar una larga travesía con las autoridades, que de entrada te niegan todo tipo de ayudas, evadiendo su responsabilidad social con los habitantes”, finaliza el vecino de Osa Mayor, la torre que mantendrá este nombre en homenaje al anterior inmueble que resistió y protegió a sus habitantes ante los embates de tantos sismos en medio siglo de historia.